EL GOBIERNO DE LOS VIEJOS
Parece que en Colombia ser viejo
no es un obstáculo para aspirar a ser elegido y llegar al poder. Prueba de ello,
mis amigos, son los resultados electorales de la semana pasada, donde salieron
elegidos varios patriarcas que podrían ya haberse jubilado. O mejor aún, que tendrían
que haberse jubilado ya, de acuerdo con la opinión de muchos y en particular de
algunos geriatras estrictos. Platón en La República defendía el gobierno de los
ancianos como el mejor, por aquello de la experiencia, la sabiduría adquirida
por el conocimiento y la madurez que supone el paso de los años. Dicho de otra
manera, porque “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Nuestra historia trae ejemplos de grandes
contribuciones al desarrollo de la nación, realizadas por hombres mayores, como
también de enormes fracasos causados por la necesidad de ciertos varones electorales
de mantenerse aferrados al poder, a pesar del evidente deterioro de su salud
mental, emocional y física. Y es que no siempre la gerontocracia es buena para
una nación democrática, sin embargo el gobierno de los viejos puede ser exitoso
en la medida en que se rodeen de jóvenes tecnócratas que apliquen principios
modernos de la administración, sean expertos en planeación y control de
proyectos, innovadores en tecnologías de la información y obviamente que sean
transparentes, disciplinados y tengan ganas de triunfar.
Un alcalde de 21 años puede ser
tan eficaz como uno de 70 setenta, indudablemente, pues todo depende de la
articulación que logre entre lo local, lo regional y lo nacional, además del
equipo de gobierno que se conforme y del conocimiento de ciudad que tenga no
solo el líder sino del que le sumen los miembros de su equipo. De manera, mis
amigos, que no tendríamos que preocuparnos en principio por lo que vamos a
vivir en ciudades como Bucaramanga y Cali, para hablar únicamente de dos de las
principales capitales, donde sus habitantes se decidieron por dos patriarcas, ancianos
ellos, empresarios y vitales hombres, dispuestos a corregir lo corregible y
trabajar por ciudades más humanas y equitativas. Muchas ganas y pocas canas
dicen los críticos de los más jóvenes y muchas canas y pocas ganas dicen los
detractores de los más viejos. Con la unión de canas y ganas pueden lograrse
buenos resultados. ¿No les parece?
Vemos que la expectativa de vida
en Colombia ha aumentado en forma considerable, llegando a 76 años en los
hombres y 79 en las mujeres, según el DANE. Cierto que ese es un indicador de
desarrollo, pero también es cierto que conseguir empleo después de los 45 es
muy difícil para el colombiano promedio, al que ya le entran las canas y le
disminuyen las ganas por regla general. Por lo menos eso es lo que creen las
agencias de selección de personal o búsqueda de talentos y así lo creen también
los empresarios, que prefieren una fuerza laboral joven, entusiasta y
económica, ignorando la madurez, experiencia y conocimiento de los mayores, y
aun más de los viejos. Contribuir significa “ir con la tribu” y eso no está
sucediendo precisamente con las personas mayores, que son desplazadas por los jóvenes
solo por ser más “baratos” y también porque se cree que no son adaptables al
cambio y difícilmente hacen equipo con los menores e inexpertos.
Lo cierto, mis amigos, es que les
hemos dado un empleo y un mandato a los empresarios Rodolfo Hernández en
Bucaramanga y a Maurice Armitage en Cali, pensando que envejecer no es necesariamente
deteriorarse, y que los queremos como jefes de tribu: maduros, sabios,
ponderados, honestos, justos y equitativos, pero con todo el entusiasmo de sus años
mozos, capaces de armar buenos equipos, con toda la capacidad de cambio que
requieren las ciudades modernas y en continua transformación. También esperamos
de ellos que sean incluyentes y promuevan la participación en asuntos de
gobierno de hombres mayores, al igual que de los más jóvenes, y que con verdadera
sabiduría, que es conocimiento y experiencia, pero con comprensión de esa
experiencia, que no es tan fácil, gobiernen bien las ciudades que
les entregamos.
PEDRO PARAMO
1 de noviembre 2015
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