El “DESLIZ” DE DOS GRANDES
¿Quién no ha tenido un desliz en
la vida? Una palabra de más, una mirada de más, una caricia de más, una mala
inversión, una mala escogencia de pareja, un mal amigo o amiga, algún acto de
violencia incontrolable, un olvido, una mala salida, un mal paso… Son muchas
las posibilidades de tener un desliz, realmente. Recuerdo que hacia los 19
años, cuando estudiaba segundo semestre de medicina, carrera que no continué,
mi madre contrató a dos negritas chocoanas -una de 16 y otra de 20- para
atender a toda la muchachada pues éramos 12, seguidos uno tras otro, con
diferencia de un año a lo sumo. La menor era hermosísima, o por lo menos a mí
me lo parecía. Recuerden mis amigos que alguien muy sabio dice que “la belleza está
en los ojos de quien mira”. Y claro, a esa edad, con todo el desarrollo
hormonal en pleno, el filtro con que se mira no es el más preciso. Pero
realmente era bella,…es una raza muy bella. Fue “amor a primera vista”: sus
faldas muy cortas, sus nalgas firmes, su caminar cadencioso por los corredores,
las habitaciones y patios de la casona solariega en que vivíamos, su risa
provocativa, adornada de dientes muy grandes y blanquísimos, se confabulaban
para que sucediera lo que sucedió. Y eso que la competencia era fuerte: por lo
menos había otros seis ojos que competían con los míos. Pero ella se fijó en mí.
¡Cosa grave! Y grave porque vivía en la misma casa, como antes, como en otras
épocas. Mirada va, mirada viene, risita va, risita viene, rose va, rose viene…
Y pasó, lo que tenía que pasar…
Mi madre que no era boba y cuidaba la manada
con ojo avizor, se dio cuenta de los movimientos, captó las vibraciones
amorosas, esos devaneos difíciles de ocultar a edad temprana. Un día, una
semana después de la llegada de Martina, como se llamaba, llegué de la
universidad con los “arrechocitos” alborotados, dispuesto a todo... ¿Y saben
qué mis amigos? Ya no estaban las negritas. Mi madre las había despedido. Había
tomado una decisión a tiempo, pues de lo contrario, muy seguramente, habría un
Pedrito Paramo achocolatado.
Sé que a muchos les hubiera
gustado otro final, mejor dicho, que hubiera coronado, y a muchas les parecerá
lo mejor, pero mi historia va encaminada a recordar que dos de nuestros grandes
hombres no tuvieron una madre avizora o no encontraron obstáculos para lograr
darle rienda suelta a las primeras experiencias sexuales. Hoy tenemos a Rodrigo
Armando Lara, candidato a alcalde de Neiva, como seguro ganador, hijo
extramatrimonial de Rodrigo Lara -desliz de juventud-, el exministro de
justicia inmolado por el Cartel de Medellín. Este médico huilense, hijo de la
secretaria del Partido en Neiva, parece clonado del original. Cosa que a su
hermano nunca le ha gustado, y menos ahora que es el director de Cambio
Radical. Se refiere a él como “el homónimo”, con cierto sentimiento y
rabiecita. Rodrigo, el próximo alcalde de Neiva, fue educado por su madre y
prácticamente no conoció a su padre sino por TV o por los periódicos. Lo vio un
par de veces en campaña, sin que pudieran tener una verdadera conversación
padre e hijo. Sin embargo, Rodrigo Armando se siente muy orgulloso de ser hijo
de uno de los más importantes mártires del narcotráfico y por eso peleó en los
estrados judiciales el derecho al apellido, logrando su objetivo años después
de la muerte trágica de su padre.
A Luis Alfonso Galán, le sucedió
algo similar, solo que contó con el apoyo de Luis Carlos, su padre, desde muy
temprano, aunque su madre, una joven y repolluda campesina boyacense, que
trabajaba como empleada doméstica en casa de la familia Galán, lo escondió con
sus padres hasta los seis años en una finquita en las afueras de Bogotá,
creyendo que los Galán se lo quitarían. La verdad es que los abuelos paternos
lo protegieron, incluso la esposa de Luis Carlos y los hermanos de éste
estuvieron y han estado pendientes de él. Entre padre e hijo sí hubo, en este
caso, un dialogo frecuente, que los mantuvo unidos hasta la muerte del
caudillo. Sin embargo, un hombre como Galán, excelente padre, excelente hermano,
hijo y esposo, que no le tenía miedo a Pablo Escobar, tuvo miedo al qué dirán
si reconocía públicamente a su hijo extramatrimonial. Luis Alfonso tuvo que dar
una batalla jurídica también para obtener el apellido de su padre, lo cual
logró nueve años después de su asesinato. Y resulta que este Galán, no quería
estudiar: pensaba que si en su familia materna habían sobrevivido sin estudiar,
por qué el no. Error que le ayudaron a corregir sus tíos, quienes veían en él
otra prolongación de Luis Carlos. Hoy Luis Alfonso es abogado de la Libre,
especializado en la Javeriana y recibió parte de la herencia de Luis Carlos
Galán. No es su clon, como no lo es Juan Manuel ni Carlos Fernando, y si lo es
Claudio, hoy cónsul en París, pero lleva con orgullo la misma sangre de uno de
los hombres más importantes que ha dado la patria. El trabajo que realiza hoy
con víctimas de desplazamiento en el Ministerio del Interior, lo están
preparando para cumplir un papel muy importante en el postconflicto. Es mi
amigo y sé que no descarta la posibilidad de ser elegido a un cargo público. Lo
veremos como Senador en un tiempo no muy remoto. ¿Qué dirán sus hermanos? También ellos andan celosos. Eso lo se mis
amigos. Pero lo que sí creo es que la familia Galán se merece todo el
reconocimiento del país, todos los privilegios que han obtenido por elección o
por nombramiento, y no merecen los ataques de un columnista que por su odio
visceral a Vargas Lleras, ha enfocado sus baterías contra los Galán. Eso será
tema de otra columna. En cuanto al desliz de los dos grandes, hay que decir que
sucede en las mejores familias. Es la condición humana.
PEDRO PÁRAMO
8 de octubre 2015
8 de octubre 2015
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